Desde 1860, otros países también han invertido en la formación de sus industrias, una fase que se llama Segunda Revolución Industrial. De este modo, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda, EE.UU. y Japón, hasta principios del siglo XX, fueron los grandes capitales en la producción de acero, electricidad y productos químicos.
Durante esta fase, también, el capitalismo industrial se ha convertido en el capitalismo financiero, cuando las empresas y los bancos se unieron para obtener mayores ganancias (guardaban el dinero de los ahorradores y daban créditos a las empresas industriales y ferroviarias). Destacaron familias de banqueros como Péreire y los Rothschild. Esto llevó a la formación de grandes empresas multinacionales (que operan en varios países al mismo tiempo). Muy ricos y poderosos, las multinacionales imponen normas de producción y definen los precios de sus productos al mercado, reduciendo la actividad de pequeños comercios en términos de competencia.
Será, sobre todo a partir de la Segunda Revolución Industrial, cuando el capitalismo moderno se implante en la sociedad, ya que el enorme avance tecnológico multiplicó y diversificó tanto la producción, que se abrieron muchos nuevos mercados y el mundo entero se convirtió en un enorme mercado global, creándose por primera vez una verdadera red comercial mundial que necesitaría de nuevas fórmulas de sofisticación empresarial, tales como las sociedades anónimas, las bolsas de valores o las nuevas formas de asociación empresarial (cártel, trust, holding...).
La sociedad anónima es el prototipo de la sociedad de estructura corporativa de capitales. Esta calificación implica que se trata de una sociedad externa, dotada de personalidad jurídica plena. Implica igualmente que es una sociedad estatutaria, lo que permite independizar la sociedad de las vicisitudes y peculiaridades de las personas que, en cada momento, sean sus socios. La circulación sencilla de las acciones en las que está dividido su capital permite a cada socio desinvertir si así lo desea, sin necesidad de retirar fondos del patrimonio social transmitiendo sus acciones a un tercero. Las decisiones de gestión se toman centralizadamente ya que corresponden, en general, al órgano de administración, que ostenta el monopolio de la representación de la sociedad y, por tanto, el poder para vincular el patrimonio social con terceros lo que significa, prácticamente, que los accionistas carecen de facultades para usar y disponer de los activos sociales.
Su función es servir de intermediaria entre los organismos públicos o privados necesitados de capital y los que lo ofertan (ahorradores o inversionistas). La actividad es llevada a cabo por los denominados corredores, agentes de bolsa o “brokers”.
En la Bolsa se realizan básicamente operaciones financieras de compra-venta de acciones (porción de capital de una empresa) y obligaciones (título representativo de una suma prestada a alguna entidad pública o privada, a cambio de un interés). Los títulos alcanzan una determinada cotización en función de la oferta y la demanda que exista sobre ellas. Cuando hay muchos vendedores que optan por desprenderse de sus títulos, el valor de éstos desciende, en tanto que si la demanda es fuerte, su cotización se eleva.
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